¿Recuerdas lo del pato?
Había un pequeño nino visitando a sus abuelos en su granja. El tenia una gomera con la que jugaba todo el día, practicaba con ella en el bosque pero nunca daba en el blanco. Estando un poco desilusionado, regresó a casa para la cena.
Al acercarse a casa, divisó al pato mascota de la abuela. Sin poder contenerse, usó su gomera y le pegó al pato en la cabeza y lo mato.
Estaba triste y espantado, y todavia en pánico, escondió el cadáver del pato en el bosque. Pero se dio cuenta que su hermana lo estaba observando. Lucrecia lo había visto todo pero no dijo nada.
Despues de comer la abuela dijo, "Lucrecia, acompáñame a lavar los platos."Pero Lucrecia dijo, "Abuela, Pedro me dijo que hoy quería ayudarte en la cocina, ¿no es cierto Pedro? Y ella le susurró al oido: "¿Recuerdas lo del pato?" Entonces, sin decir nada, Pedro lavó los platos.
En otra ocasión el abuelo preguntó a los niños si querían ir de pesca, y la abuela dijo, "Lo siento pero Lucrecia debe ayudarme a preparar la comida." Pero Lucrecia con una sonrisa dijo, "Yo si puedo ir, porque Pedro me dijo que a él le gustaría ayudar." Nuevamente le susurró al oído "¿Recuerdas lo del pato?" Entonces Lucrecia fue a pescar y Pedro se quedó.
Transcurridos muchos días en que estaba haciendo sus propias tareas y las de Lucrecia, finalmente él no pudo mas. Fue donde la abuela y confesó que había matado al pato. Ella se arrodilló, le dio un gran abrazo y le dijo, "Amorcito, yo ya lo sabia. Estuve parada en la ventana y lo vi todo, pero porque te amo te perdoné. Lo que me preguntaba era hasta cuando permitirías que Lucrecia te tenga como esclavo."
¿Hasta cuándo permitirás que tus pecados sin confesar te mantengan esclavo?
Extraido de http://www.webselah.com
Un cuentito que refuerza lo que hablamos el viernes ¿Cuantas veces nos ha pasado esto con la mentira? Qué liberados que nos sentimos cuando quitamos esta carga primero con nuestro hermano, amigo, papá o mamá y despues con nuestro Padre. No?
Una relación nueva puede empezar.
Nos vemos.
lunes, 31 de mayo de 2010
viernes, 28 de mayo de 2010
Empatía
Este valor tiene que ver con lo que estamos buscando. Y ustedes saben de qué se trata
El valor de la empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean y a consolidar la relación que con cada una de ellas tenemos. Cada vez que nos acercamos a las personas esperamos atención y comprensión, dando por hecho que seremos tratados con delicadeza y respeto. Pero, ¿cuántas veces procuramos tratar a los demás de la misma forma?
Debemos reconocer que en medio de nuestras prisas y preocupaciones nos volvemos egoístas y olvidamos que los demás también tienen algo importante que comunicarnos. El valor de la empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean y a consolidar la relación que con cada una de ellas tenemos.
La empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los afectan en un momento determinado.
Es muy común escuchar que la empatía es la tendencia o actitud que tenemos para ponernos en el lugar de los demás e identificarnos plenamente con sus sentimientos. Sin embargo, esto tiene el riesgo de dejar a la empatía en un nivel meramente emocional: "si siento lo mismo que el otro, entonces hay verdadera empatía".
La realidad es que la empatía no es el producto del buen humor con que despertamos, como tampoco del afecto que nos une a las personas. Si esta combinación fuera común, siempre estaríamos disponibles para escuchar a los demás y dejaríamos momentáneamente nuestras ocupaciones, pensamientos y preocupaciones para atender a quienes nos rodean.
Desgraciadamente las circunstancias pocas veces son tan favorables, por eso la empatía es un valor que se vive habitualmente, totalmente independiente de nuestro estado de ánimo y disposición interior.
La empatía se facilita en la medida que conocemos a las personas, la relación frecuente nos facilita descubrir los motivos de enojo, alegría o desánimo de nuestros allegados y su consecuente modo de actuar. Esto se manifiesta claramente entre padres e hijos, en las parejas y con los amigos donde la relación es muy estrecha, quienes parecen haber adquirido el "poder de adivinar" que sucede antes de haber escuchado una palabra, teniendo siempre a la mano la respuesta y el consejo adecuados para la ocasión.
Aún así, este valor debe superar ciertos obstáculos: el cansancio, el mal humor, el dolor de cabeza y las preocupaciones propias del trabajo y el estudio. En casa se nota cuando los padres prestan poca atención a los "pequeños" problemas o alegrías de sus hijos, con su actitud -y muchas veces sin querer- procuran evadir esa molestia e inoportunidad para encerrarse en sí mismos; en la pareja cuando alguno da monosílabos, gestos o sonidos guturales como respuesta; cuando tenemos tantos problemas, y lo que menos deseamos es escuchar lo bien o lo mal que les sucede a los demás.
El problema es dejarnos llevar por nuestro estado de ánimo y obstinarnos en permanecer en nuestro mundo, damos a todo lo que ocupa nuestra mente la máxima importancia, comportándonos indiferentes y poco amables; queremos ser entendidos sin antes intentar comprender a los demás. Por tanto, la empatía implica generosidad y genuina comprensión: para olvidarnos de nosotros mismos y hacer el esfuerzo por considerar los asuntos y sentimientos que los demás quieren participarnos.
Este esfuerzo es mayor cuando ante nosotros está el empleado, el alumno, el vecino, la empleada doméstica o el vecino, pues sin darnos cuenta, podemos limitar nuestra atención e interés, o peor aún, menospreciarlos por considerarlos en una posición inferior. Debemos ser enérgicos y afirmar que la empatía como valor -y al igual que todos los valores- no hace diferencias entre personas, es una actitud propia de la personalidad, siempre abierta y dispuesta a las necesidades de los demás.
La empatía nos da un sin fin de posibilidades, primero hacia nuestros semejantes, quienes buscan con quien compartir y confiar sus problemas, alegrías, triunfos y fracasos, ser escuchados y comprendidos. De esta forma tenemos la inmejorable oportunidad de procurar el bienestar, desarrollo y perfeccionamiento de las personas, lo cual manifiesta el profundo respeto que les debemos.
Para nosotros, la empatía nos permite conocer y comprender mejor a las personas, a través del trato cotidiano, estamos en condiciones de mejorar en familia, obteniendo una mayor colaboración y entendimiento entre todos; con la pareja la relación es cada vez más estable y alegre; con los amigos garantiza una amistad duradera; con los conocidos abre la posibilidad a nuevas amistades; en la empresa ayuda a conseguir una mayor productividad al interesarnos por los empleados y compañeros; en la escuela se obtiene un mejor rendimiento por la relación que se tiene con los alumnos y entre ellos mismos.
El valor de la empatía desarrolla en nosotros la capacidad de motivar y encauzar positivamente a las personas; enseñar a tener ese interés por los demás y vivirlo habitualmente, es la mejor forma de transmitir empatía e identificarnos plenamente con los demás, cambiando radicalmente el entorno social en el que vivimos.
Vivir el valor de la empatía es algo sencillo si nos detenemos a pensar un poco en los demás y en consecuencia, aprenderemos a actuar favorablemente en todas las circunstancias. Por eso, debemos estar pendientes y cuidar los pequeños detalles que reafirmarán este valor en nuestra persona:
- Procura sonreír siempre, esto genera un ambiente de confianza y cordialidad. La serenidad que se manifiesta desarma hasta el más exaltado.
- Primeramente considera como importantes los asuntos de los demás y después los propios. Después de haber escuchado, la persona que se ha acercado a ti seguramente tendrá la capacidad de entender tu situación y estado de ánimo, por lo cual estará dispuesta ayudarte.
- No hagas un juicio prematuro de las personas porque te hace cambiar tu disposición interior (no pienses: "ya llego este molesto", "otra vez con lo mismo", "no me deja en paz", "otra interrupción") Si alguien se acerca a ti, es porque necesita con quien hablar... No los defraudes.
- Si no tienes tiempo o es un mal momento, exprésalo con cortesía y delicadeza -que también es empatía- y las personas se sentirán igualmente atendidas. Importante: no dejes pasar mucho tiempo para charlar con la persona.
- Evita demostrar prisa, aburrimiento, cansancio, dar respuestas tajantes u distraerte en otras cosas; además de ser una falta de respeto, logras autodominio y demuestras interés por las personas. Aprende a escuchar.
- No olvides infundir ánimo con palabras, una palmada en el hombro o un gesto amable, sobre todo si la persona tiene problemas.
Podemos concluir que la empatía es un valor indispensable en todos los aspectos de nuestra vida, sin él, seríamuy difícil enriquecer las relaciones interpersonales; quien se preocupa por vivir este valor, cultiva simultáneamente entre otros: confianza, amistad, comprensión, generosidad, respeto y comunicación.
El ritmo de vida actual nos brinda pocas oportunidades de servir a los demás, de conocerlos y de tratarlos como es debido, la empatía se convierte en esa pieza fundamental que nos enriquece y nos identifica mejor como seres humanos.
El valor de la empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean y a consolidar la relación que con cada una de ellas tenemos. Cada vez que nos acercamos a las personas esperamos atención y comprensión, dando por hecho que seremos tratados con delicadeza y respeto. Pero, ¿cuántas veces procuramos tratar a los demás de la misma forma?
Debemos reconocer que en medio de nuestras prisas y preocupaciones nos volvemos egoístas y olvidamos que los demás también tienen algo importante que comunicarnos. El valor de la empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean y a consolidar la relación que con cada una de ellas tenemos.
La empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los afectan en un momento determinado.
Es muy común escuchar que la empatía es la tendencia o actitud que tenemos para ponernos en el lugar de los demás e identificarnos plenamente con sus sentimientos. Sin embargo, esto tiene el riesgo de dejar a la empatía en un nivel meramente emocional: "si siento lo mismo que el otro, entonces hay verdadera empatía".
La realidad es que la empatía no es el producto del buen humor con que despertamos, como tampoco del afecto que nos une a las personas. Si esta combinación fuera común, siempre estaríamos disponibles para escuchar a los demás y dejaríamos momentáneamente nuestras ocupaciones, pensamientos y preocupaciones para atender a quienes nos rodean.
Desgraciadamente las circunstancias pocas veces son tan favorables, por eso la empatía es un valor que se vive habitualmente, totalmente independiente de nuestro estado de ánimo y disposición interior.
La empatía se facilita en la medida que conocemos a las personas, la relación frecuente nos facilita descubrir los motivos de enojo, alegría o desánimo de nuestros allegados y su consecuente modo de actuar. Esto se manifiesta claramente entre padres e hijos, en las parejas y con los amigos donde la relación es muy estrecha, quienes parecen haber adquirido el "poder de adivinar" que sucede antes de haber escuchado una palabra, teniendo siempre a la mano la respuesta y el consejo adecuados para la ocasión.
Aún así, este valor debe superar ciertos obstáculos: el cansancio, el mal humor, el dolor de cabeza y las preocupaciones propias del trabajo y el estudio. En casa se nota cuando los padres prestan poca atención a los "pequeños" problemas o alegrías de sus hijos, con su actitud -y muchas veces sin querer- procuran evadir esa molestia e inoportunidad para encerrarse en sí mismos; en la pareja cuando alguno da monosílabos, gestos o sonidos guturales como respuesta; cuando tenemos tantos problemas, y lo que menos deseamos es escuchar lo bien o lo mal que les sucede a los demás.
El problema es dejarnos llevar por nuestro estado de ánimo y obstinarnos en permanecer en nuestro mundo, damos a todo lo que ocupa nuestra mente la máxima importancia, comportándonos indiferentes y poco amables; queremos ser entendidos sin antes intentar comprender a los demás. Por tanto, la empatía implica generosidad y genuina comprensión: para olvidarnos de nosotros mismos y hacer el esfuerzo por considerar los asuntos y sentimientos que los demás quieren participarnos.
Este esfuerzo es mayor cuando ante nosotros está el empleado, el alumno, el vecino, la empleada doméstica o el vecino, pues sin darnos cuenta, podemos limitar nuestra atención e interés, o peor aún, menospreciarlos por considerarlos en una posición inferior. Debemos ser enérgicos y afirmar que la empatía como valor -y al igual que todos los valores- no hace diferencias entre personas, es una actitud propia de la personalidad, siempre abierta y dispuesta a las necesidades de los demás.
La empatía nos da un sin fin de posibilidades, primero hacia nuestros semejantes, quienes buscan con quien compartir y confiar sus problemas, alegrías, triunfos y fracasos, ser escuchados y comprendidos. De esta forma tenemos la inmejorable oportunidad de procurar el bienestar, desarrollo y perfeccionamiento de las personas, lo cual manifiesta el profundo respeto que les debemos.
Para nosotros, la empatía nos permite conocer y comprender mejor a las personas, a través del trato cotidiano, estamos en condiciones de mejorar en familia, obteniendo una mayor colaboración y entendimiento entre todos; con la pareja la relación es cada vez más estable y alegre; con los amigos garantiza una amistad duradera; con los conocidos abre la posibilidad a nuevas amistades; en la empresa ayuda a conseguir una mayor productividad al interesarnos por los empleados y compañeros; en la escuela se obtiene un mejor rendimiento por la relación que se tiene con los alumnos y entre ellos mismos.
El valor de la empatía desarrolla en nosotros la capacidad de motivar y encauzar positivamente a las personas; enseñar a tener ese interés por los demás y vivirlo habitualmente, es la mejor forma de transmitir empatía e identificarnos plenamente con los demás, cambiando radicalmente el entorno social en el que vivimos.
Vivir el valor de la empatía es algo sencillo si nos detenemos a pensar un poco en los demás y en consecuencia, aprenderemos a actuar favorablemente en todas las circunstancias. Por eso, debemos estar pendientes y cuidar los pequeños detalles que reafirmarán este valor en nuestra persona:
- Primeramente considera como importantes los asuntos de los demás y después los propios. Después de haber escuchado, la persona que se ha acercado a ti seguramente tendrá la capacidad de entender tu situación y estado de ánimo, por lo cual estará dispuesta ayudarte.
- No hagas un juicio prematuro de las personas porque te hace cambiar tu disposición interior (no pienses: "ya llego este molesto", "otra vez con lo mismo", "no me deja en paz", "otra interrupción") Si alguien se acerca a ti, es porque necesita con quien hablar... No los defraudes.
- Si no tienes tiempo o es un mal momento, exprésalo con cortesía y delicadeza -que también es empatía- y las personas se sentirán igualmente atendidas. Importante: no dejes pasar mucho tiempo para charlar con la persona.
- Evita demostrar prisa, aburrimiento, cansancio, dar respuestas tajantes u distraerte en otras cosas; además de ser una falta de respeto, logras autodominio y demuestras interés por las personas. Aprende a escuchar.
- No olvides infundir ánimo con palabras, una palmada en el hombro o un gesto amable, sobre todo si la persona tiene problemas.
Podemos concluir que la empatía es un valor indispensable en todos los aspectos de nuestra vida, sin él, seríamuy difícil enriquecer las relaciones interpersonales; quien se preocupa por vivir este valor, cultiva simultáneamente entre otros: confianza, amistad, comprensión, generosidad, respeto y comunicación.
El ritmo de vida actual nos brinda pocas oportunidades de servir a los demás, de conocerlos y de tratarlos como es debido, la empatía se convierte en esa pieza fundamental que nos enriquece y nos identifica mejor como seres humanos.
viernes, 14 de mayo de 2010
Nuevo proyecto.
Hoy nos vemos a las 20:00 con un nuevo proyecto....
Si Dios quiere saldrá algo bueno.
(Una foto de album de Mariana)
martes, 11 de mayo de 2010
¿Eres mi amigo?
Sé que salir de fiesta con vos es diversión segura.
Que cuando tengo problemas, estás ahí para escucharme.
Que me aceptas como soy.
Que compartimos muchas cosas.
Pero hay algo que no sé y me gustaría saber:
¿Estarías dispuesto a alejarme de situaciones peligrosas?
¿Me dirías pará, cuando ya tomé bastante?
¿Estarías pendiente de que llegue a mi casa sano y salvo?
Aunque hemos pasado mucho juntos, para mí es muy importante saber que para eso ¡También eres mi amigo!
Por Ma. Fernanda Zapiain
http://www.convivenciasinviolencia.org.mx/blog/
No importa si es pesado o liviano. Con Hotmail Skydrive tenés 25 GB para guardar todo. Más Info
lunes, 10 de mayo de 2010
Y estuvimos en San Miguel
Un visita especial. Pudimos colaborar en la Colonia San Miguel con la gente de la Capilla Nuestra Señora de Lujan con la misa y la procesión. Salió realmente bien y la gente quedó muy contena. Muy buena obra. Felicitaciones JTS!!! <><
martes, 4 de mayo de 2010
La mamá mas mala del mundo
LA MAMÁ MÁS MALA DEL MUNDO
Siempre estuve segura de que me había tocado la mamá más mala del mundo. Desde que era muy pequeña, me obligaba a desayunar o a tomar algo por la mañana. Antes de ir a la escuela, por lo menos debía tomar leche, mientras que otras madres ni se ocupaban de eso. Me hacía un sandwhich o me daba una fruta, cuando los demás niños podían comprar papas fritas y comer otras cosas ricas.
¡Cómo me molestaba eso! Y también sus palabras: "Come, ¡dale!, ¡no dejes sin terminar!, ¡todo! , ¡hacelo bien!, ¡hacerlo de nuevo!", y así siempre...
Violó las reglas al poner a trabajar a menores de edad, y me obligaba a tender mi cama, a ayudar en la preparación de la comida y hacer algunos mandados. El más horrible era ir por las tortas con ese calor y las largas filas. ¡Cuánto trabajo!
Fui creciendo y mi mamá se metía en todo: "¿quiénes son tus amigas?, ¿quiénes son sus mamás?, ¿dónde viven?". Lo peor fue cuando empecé a tener amigos. Mientras las otras amigas los podían ver a escondidas, yo los tenía que pasar y presentarlos. ¡Era el colmo! Y el interrogatorio de costumbre: "¿Cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿qué estudias?, ¿trabajas?".
Los quehaceres fueron en aumento... que barre, que arregla el ropero, todo eso me hacía poner furiosa.
Los años también pasaron. Me casé e inicié una nueva familia. Ahora soy madre también, y en este 10 de mayo me he acercado a comulgar y con gran satisfacción le he dado gracias al Señor por mi mamá.
Gracias al cuidado que tuvo con mis alimentos crecí sana y fuerte, y cuando llegué a enfermarme me cuidó con mucho cariño. Gracias a la atención que puso en mis tareas logré terminar mi carrera.
Gracias a que me enseñó a hacer labores en la casa ahora tengo mi hogar limpio y ordenado y sé administrar mi hogar. Gracias al cuidado que puso para que yo escogiera a mis amigas aún conservo algunas, que son un verdadero tesoro... Gracias a que conoció a mis amigos, pude darme cuenta quién era el mejor y ahora es mi esposo.
"Gracias, Señor", le dije desde el fondo de mi corazón, "por darme a mi mamá, a mi mamá querida, a quien sólo le vi defectos y no cualidades, a esa mamá, que me ha amado tanto y me formó tan bien. Sólo te pido, Señor, que ahora que tengo mis hijos, me consideren la mamá más mala del mundo".
Adaptado del envío Laura M. González de Saucedo a Encuentra.com
Siempre estuve segura de que me había tocado la mamá más mala del mundo. Desde que era muy pequeña, me obligaba a desayunar o a tomar algo por la mañana. Antes de ir a la escuela, por lo menos debía tomar leche, mientras que otras madres ni se ocupaban de eso. Me hacía un sandwhich o me daba una fruta, cuando los demás niños podían comprar papas fritas y comer otras cosas ricas.
¡Cómo me molestaba eso! Y también sus palabras: "Come, ¡dale!, ¡no dejes sin terminar!, ¡todo! , ¡hacelo bien!, ¡hacerlo de nuevo!", y así siempre...
Violó las reglas al poner a trabajar a menores de edad, y me obligaba a tender mi cama, a ayudar en la preparación de la comida y hacer algunos mandados. El más horrible era ir por las tortas con ese calor y las largas filas. ¡Cuánto trabajo!
Fui creciendo y mi mamá se metía en todo: "¿quiénes son tus amigas?, ¿quiénes son sus mamás?, ¿dónde viven?". Lo peor fue cuando empecé a tener amigos. Mientras las otras amigas los podían ver a escondidas, yo los tenía que pasar y presentarlos. ¡Era el colmo! Y el interrogatorio de costumbre: "¿Cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿qué estudias?, ¿trabajas?".
Los quehaceres fueron en aumento... que barre, que arregla el ropero, todo eso me hacía poner furiosa.
Los años también pasaron. Me casé e inicié una nueva familia. Ahora soy madre también, y en este 10 de mayo me he acercado a comulgar y con gran satisfacción le he dado gracias al Señor por mi mamá.
Gracias al cuidado que tuvo con mis alimentos crecí sana y fuerte, y cuando llegué a enfermarme me cuidó con mucho cariño. Gracias a la atención que puso en mis tareas logré terminar mi carrera.
Gracias a que me enseñó a hacer labores en la casa ahora tengo mi hogar limpio y ordenado y sé administrar mi hogar. Gracias al cuidado que puso para que yo escogiera a mis amigas aún conservo algunas, que son un verdadero tesoro... Gracias a que conoció a mis amigos, pude darme cuenta quién era el mejor y ahora es mi esposo.
"Gracias, Señor", le dije desde el fondo de mi corazón, "por darme a mi mamá, a mi mamá querida, a quien sólo le vi defectos y no cualidades, a esa mamá, que me ha amado tanto y me formó tan bien. Sólo te pido, Señor, que ahora que tengo mis hijos, me consideren la mamá más mala del mundo".
Adaptado del envío Laura M. González de Saucedo a Encuentra.com
lunes, 3 de mayo de 2010
mi familia
Chicos, muy buena la misa del finde.
Felicitaciones porque todo salio muy bien y con mucha energía. Especiales para Leo, Karen y Sheila y Florencia que pusieron el cuerpo y que nos mostraron que no es tan difícil (o si?)
Va una historia para revisar cómo vemos las reglas en nuestra casa, y cómo nos llevamos con nuestros papas.
Esta historia no es nada personal ni va dirigida a nadie en especial pero está muy buena y por eso la comparto.
Mis papás no me dejan tener novio
Me llamo Carolina y tengo 14 años. Hoy, después de clases, me pasó lo más extraordinario que jamás me ha pasado.
Enfrente de mi salón está el aula de los de tercero de secundaria y allí estudia el chavon más copado que te puedas imaginar. Se llama Eugenio y tiene 15 años. Todos los días charlamos antes de entrar a clases; luego, durante el recreo, estamos casi todo el tiempo juntos y, a la salida, nos sentamos juntos en los escalones del colegio para esperar a que lleguen por nosotros.
En fin, nos llevamos súper bien y siempre me hace reír. He soñado con él desde que empezaron las clases y hoy, por fin, se me declaró.
Al principio no lo podía creer, me quedé como zombi... y cuando estaba a punto de decirle que sí, me acordé que en mi casa no me dan permiso de tener novio hasta que cumpla dieciséis. Le dije que tenía que pensarlo y que mañana le daría mi respuesta.
Cuando llegué a mi casa le conté a mis papás todo lo que pasó con Eugenio con la esperanza de que me dieran oportunidad para andar con él. Les hablé de lo bueno que es, que nunca se pone borracho en las reuniones y que jamás dice malas palabras enfrente de las chicas.
Aún así me dijeron que en la casa existen reglas establecidas que se deben respetar y, una de ellas, es la de tener novio hasta los dieciséis. Yo me sentí como sumergida en una botella de ácido muriático. No entendí porqué estaban tan aferrados a esa regla y me enojé muchísimo con ellos, les grité que ya no era una bebita y que podía tomar mis propias decisiones. Acto seguido, me fui a mi cuarto y pegué un portázo, tan fuerte, que seguramente temblaron las ventanas de toda la cuadra.
Estuve llorando un rato sobre mi cama. Al cabo de quince minutos llegaron mis papás y tocaron a mi puerta. Yo ya estaba mucho más tranquila para entonces y hablé con ellos. Fue una de las mejores conversaciones que hemos tenido.
Mi papá me dijo que él, como hombre, conoce muy bien el mundo en que vivimos y le preocupa que alguien pueda lastimarme o engañarme; que los hombres a esta edad no piensan igual que las mujeres, y que podía resultar herida al llevarme una desilusión. Me aseguró que los dos sólo desean lo mejor para mí y que si me dicen que no puedo tener novio no es por arruinarme la vida, sino porque me desean lo mejor.
También me dijeron que no están cerrados a la idea de que pueda tener novio, simplemente están esperando que yo esté preparada para ello. Con esto se refieren a que debo comprobarles, con hechos y no palabras, que soy responsable y que pueden confiar en mí.
Cuando salieron de mi cuarto me sentí mucho mejor. Yo sé que mañana le tendré que decir a Eugenio que no, pero la amistad con él continuará y eso es lo importante.
Sé que no es suficiente tener cierta edad, sino cierta madurez, para empezar un noviazgo. Sé que parte de la madurez viene de la edad, y que talvez tendré que esperar. Ahora, debo prepararme bien para cuando llegue ese momento, y demostrar a mis papás que de verdad pueden confiar en mí.
Primero, y aunque suene horrible, tendré que cumplir con mis tareas y trabajos del colegio, pues salir bien en las calificaciones es la principal consecuencia de una actitud responsable. Además, invitaré a mis amigos a la casa, especialmente a Eugenio, para que mis papás los conozcan y vean que no son nada del otro mundo; seré muy sincera con ellos, o sea, les diré a dónde voy y con quién, sería pésimo que me descubrieran en una mentira pues se vendría abajo todo mi esfuerzo. Sobre todo, ya no haré mis berrinches, ni me pondré a gritar como una loca porque eso sólo demuestra que sigo siendo una bebé.
Estoy segura que después de esto mis papás se darán cuenta de que pueden confiar en mí. Yo sé que no se logra de la noche a la mañana; se requiere mucho tiempo, pero si soy perseverante lo lograré. Ya entendí bien que mis papás realmente buscan lo mejor para mí y no son obstáculos como yo pensaba, más bien son mis aliados.
Lupita Cervantes
masalto.com
Las direcciones de email de tus contactos de Messenger las tenés automáticamente en tu agenda de Hotmail. Conocé cómo
Felicitaciones porque todo salio muy bien y con mucha energía. Especiales para Leo, Karen y Sheila y Florencia que pusieron el cuerpo y que nos mostraron que no es tan difícil (o si?)
Va una historia para revisar cómo vemos las reglas en nuestra casa, y cómo nos llevamos con nuestros papas.
Esta historia no es nada personal ni va dirigida a nadie en especial pero está muy buena y por eso la comparto.
Mis papás no me dejan tener novio
Me llamo Carolina y tengo 14 años. Hoy, después de clases, me pasó lo más extraordinario que jamás me ha pasado.
Enfrente de mi salón está el aula de los de tercero de secundaria y allí estudia el chavon más copado que te puedas imaginar. Se llama Eugenio y tiene 15 años. Todos los días charlamos antes de entrar a clases; luego, durante el recreo, estamos casi todo el tiempo juntos y, a la salida, nos sentamos juntos en los escalones del colegio para esperar a que lleguen por nosotros.
En fin, nos llevamos súper bien y siempre me hace reír. He soñado con él desde que empezaron las clases y hoy, por fin, se me declaró.
Al principio no lo podía creer, me quedé como zombi... y cuando estaba a punto de decirle que sí, me acordé que en mi casa no me dan permiso de tener novio hasta que cumpla dieciséis. Le dije que tenía que pensarlo y que mañana le daría mi respuesta.
Cuando llegué a mi casa le conté a mis papás todo lo que pasó con Eugenio con la esperanza de que me dieran oportunidad para andar con él. Les hablé de lo bueno que es, que nunca se pone borracho en las reuniones y que jamás dice malas palabras enfrente de las chicas.
Aún así me dijeron que en la casa existen reglas establecidas que se deben respetar y, una de ellas, es la de tener novio hasta los dieciséis. Yo me sentí como sumergida en una botella de ácido muriático. No entendí porqué estaban tan aferrados a esa regla y me enojé muchísimo con ellos, les grité que ya no era una bebita y que podía tomar mis propias decisiones. Acto seguido, me fui a mi cuarto y pegué un portázo, tan fuerte, que seguramente temblaron las ventanas de toda la cuadra.
Estuve llorando un rato sobre mi cama. Al cabo de quince minutos llegaron mis papás y tocaron a mi puerta. Yo ya estaba mucho más tranquila para entonces y hablé con ellos. Fue una de las mejores conversaciones que hemos tenido.
Mi papá me dijo que él, como hombre, conoce muy bien el mundo en que vivimos y le preocupa que alguien pueda lastimarme o engañarme; que los hombres a esta edad no piensan igual que las mujeres, y que podía resultar herida al llevarme una desilusión. Me aseguró que los dos sólo desean lo mejor para mí y que si me dicen que no puedo tener novio no es por arruinarme la vida, sino porque me desean lo mejor.
También me dijeron que no están cerrados a la idea de que pueda tener novio, simplemente están esperando que yo esté preparada para ello. Con esto se refieren a que debo comprobarles, con hechos y no palabras, que soy responsable y que pueden confiar en mí.
Cuando salieron de mi cuarto me sentí mucho mejor. Yo sé que mañana le tendré que decir a Eugenio que no, pero la amistad con él continuará y eso es lo importante.
Sé que no es suficiente tener cierta edad, sino cierta madurez, para empezar un noviazgo. Sé que parte de la madurez viene de la edad, y que talvez tendré que esperar. Ahora, debo prepararme bien para cuando llegue ese momento, y demostrar a mis papás que de verdad pueden confiar en mí.
Primero, y aunque suene horrible, tendré que cumplir con mis tareas y trabajos del colegio, pues salir bien en las calificaciones es la principal consecuencia de una actitud responsable. Además, invitaré a mis amigos a la casa, especialmente a Eugenio, para que mis papás los conozcan y vean que no son nada del otro mundo; seré muy sincera con ellos, o sea, les diré a dónde voy y con quién, sería pésimo que me descubrieran en una mentira pues se vendría abajo todo mi esfuerzo. Sobre todo, ya no haré mis berrinches, ni me pondré a gritar como una loca porque eso sólo demuestra que sigo siendo una bebé.
Estoy segura que después de esto mis papás se darán cuenta de que pueden confiar en mí. Yo sé que no se logra de la noche a la mañana; se requiere mucho tiempo, pero si soy perseverante lo lograré. Ya entendí bien que mis papás realmente buscan lo mejor para mí y no son obstáculos como yo pensaba, más bien son mis aliados.
Lupita Cervantes
masalto.com
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